CUARÓN, Alfonso (dir.). Children of Men. Reino Unido: Universal Pictures, 2006. 

children-of-menSi hoy en día reparamos en cualquier noticiero, leemos el periódico o transitamos por los muchos rincones del internet, probablemente seremos bombardeados con noticias sobre guerras internacionales, crisis migratorias, muestras de racismo y violencia de proporciones indescifrables. Para muchos de nosotros, será inevitable asociar dichos eventos con tramas, íconos y personajes que ya fueron imaginados por obras pertenecientes a la ciencia ficción, género que parte de ideas, especulaciones y problemáticas socio-culturales arraigadas en nuestro entorno empírico para después extrapolarlas a narrativas que se caracterizan por sus escenarios novedosos e inusitados: narrativas que, más allá de apuntar al escapismo o la futurización del presente, tienen el propósito de realizar —mediante el aparente alejamiento de todo lo que conocemos y el uso de lo simbólico— un diagnóstico punzante de nuestra realidad más próxima.

   Un filme como Niños del hombre (Children of Men), dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón a partir de la novela de P.D. James del mismo nombre, cumple con este cometido al entregarnos una historia tan semejante a ciertos aspectos de nuestro contexto actual que raya en lo espeluznante. Esta película sitúa al espectador en una Inglaterra distópica del año 2027 que, tras el colapso de todas las naciones modernas y una crisis migratoria sin precedentes, ha cerrado sus fronteras e inflige sanciones despiadadas a todo aquel que no sea un ciudadano británico. Por si fuera poco, la humanidad se debe resignar a una próxima extinción, ya que desde hace dieciocho años hombres y mujeres han perdido la capacidad de procrear. Es en este ámbito de decadencia que nos encontramos con Theo Faron (Clive Owen), un ex activista convertido en funcionario del gobierno. Por azares del destino, a Theo le es encomendada la misión de proteger y sacar del país a una joven refugiada de nombre Kee (Clare-Hope Ashitey), quien resulta ser la primera mujer que ha quedado embarazada en décadas; en otras palabras, es la esperanza de un nuevo comienzo para la humanidad, así como una posibilidad de redención para el protagonista.

   El futuro que Niños del hombre nos presenta, si bien extremo en muchos sentidos, debe comprenderse como una metáfora potencial de nuestra vida contemporánea, un “¿qué sigue?” de sucesos que inevitablemente se han materializado en las últimas décadas: la invasión —y consecuente ocupación— de Irak en el 2003 por parte de Estados Unidos, el terrorismo, la devastación ambiental que el planeta sufre a manos de conglomerados empresariales y, sobre todo, un sentimiento xenófobo que —a juzgar por el panorama electoral que reinó en Estados Unidos este año, el desdén que muchos han evidenciado ante la crisis de refugiados sirios y la reciente salida del Reino Unido de la Unión Europea— no ha hecho más que incrementarse con el paso del tiempo.

   Cabe recalcar que dichas situaciones, además de estar implícitas en la propia historia, son insinuadas a través del lenguaje visual que le da forma este filme. El primer rasgo a notar es la proximidad estilística que el trabajo cinematográfico de Cuarón —desde luego, potenciado por la lente de Emmanuel Lubezki— tiene con el cine documental, pues si algo define a Niños del hombre es el uso de múltiples planos secuencia, así como una influencia patente del cinéma vérité, estilo documental nacido en Francia cuya filosofía se basa, a grandes rasgos, en retratar la escena cinematográfica de manera improvisada, espontánea y libre de artilugios asociados al cine de Hollywood. Todos estos componentes le confieren a la cinta ese sello realista por el que ha sido tan alabado; responsable, además, de brindar verosimilitud a la atmósfera distópica que reina en la diégesis.

    A pesar del tono lúgubre y crítico que la caracteriza, Niños del hombre también construye, de forma paralela, un mensaje esperanzador a lo largo de su trama. Éste se manifiesta principalmente mediante el personaje de Kee, quien, como ya se dijo, trae consigo la promesa de perpetuar la vida humana. Más importante aún, es el hecho de que sea una inmigrante africana, ya que al ser distinguida —por una conciencia social occidental que afianza su identidad a partir de la exclusión de individuos iguales a ella— como parte de una alteridad racial, llega a encarnar uno de los principios narrativos más emblemáticos de la ciencia ficción moderna: el encuentro con la otredad y la necesidad imperiosa de aceptarla, incluso de identificarse con ella. De esta forma, su papel como marginada que representa la oportunidad de ensamblar un mundo quebrantado por las diferencias, así como el cambio de conciencia que el protagonista experimenta a raíz de su travesía para salvaguardarla, derivan precisamente en un llamado para compenetrarse con la alteridad y reparar en algunos de los prejuicios raciales que integran nuestro actual imaginario social.

  A través de una trama que conjunta ejercicios especulativos sobre la historia contemporánea con las tácticas estilísticas del realismo cinematográfico, Niños del hombre logra potenciar los dos principios esenciales de la ciencia ficción, aspectos aparentemente discordantes que, no obstante, coexisten en una inesperada consonancia y dotan de sentido a este género: la presencia de una diégesis extrañada que pareciera alejar al espectador de su cotidianeidad y, por otro lado, un impulso cognoscitivo que, mediante determinadas situaciones narrativas, nos incita a comprender aquel escenario ajeno (Roberts 8), a descubrir que, por debajo de todos sus constituyentes sobrecogedores, yace un aire de familiaridad que lo liga a nuestro entorno vigente. Así, la interacción de ambos rasgos, célebremente bautizada por el crítico Darko Suvin como extrañamiento cognoscitivo, convierte a esta cinta en un proceso de concientización para el espectador, en el que intervienen el desconcierto y la aversión pero también la identificación y —final e idealmente— la empatía.

   Acercarse a una película como Niños del hombre podrá sugerir, en opinión de muchos, un acto inútil, incluso masoquista, mediante el cual sólo corroboraremos problemas que retumban a diario en los medios de comunicación y redes sociales. No obstante, si tomamos en cuenta los propósitos discursivos del género que le da cabida a esta historia repensada para el cine por Alfonso Cuarón —cuyas intensiones de examinar la realidad se extienden, a partir de distintos mecanismos y recursos estilísticos, a muchas otras manifestaciones artísticas—,  tal vez nos sea posible vislumbrar que la valía de un filme como Niños del hombre, al igual que infinidad de relatos literarios y cinematográficos asociados a la ciencia ficción, recae en su capacidad para confirmar no sólo problemáticas que nos aquejan, sino —a través de los lazos de apoyo que se entablan entre los personajes principales y que conllevan a la borradura de binarios relativos a cuestiones de raza e identidad nacional— la presencia de anhelos y acciones en pos de la igualdad que contrarrestan los discursos de discriminación más intransigentes, alternativas socio-culturales que, impulsadas por diversos actores sociales, también forman parte de nuestro entorno. Si esto no es suficiente, queda el hecho de que Niños del hombre llega a generar un efecto concreto que ha acompañado al arte desde tiempos antiguos: la catarsis, tan necesaria hace 2,000 años como ahora.

Jimena Ramírez

Referencias:

Roberts, Adam. Science Fiction: the New Critical Idiom. Routledge, 2002.