La literatura de terror, muchas veces llamada literatura de horror o gótica, se caracteriza por ser un género popular que busca provocar en los lectores efectos relacionados con el miedo o, como su nombre lo indica, el terror, en grados diversos. En muchos ejemplos, los estremecimientos que la caracterizan alcanzan su consumación en el horror o lo repulsivo y, al compartir terreno común con la literatura fantástica y los cuentos y leyendas del folklore de distintas tradiciones, esta escritura facilita la aparición de personajes como vampiros, hombres lobo, súcubos o la presencia de fenómenos como el poltergeist, la magia, brujería, prácticas ocultistas, espiritualismo, exorcismos, telequinesis, etcétera. En otras ocasiones, la estética del terror prefiere renunciar a la presencia tangible de esos personajes para adentrarse en la exploración del lado oscuro de la naturaleza humana a partir de elementos directamente psicológicos o psicoanalíticos; es decir, con o sin personajes de orden extraordinario, siempre se sumerge en los abismos abiertos por la imaginación y recrea la locura, el miedo o cualquier otro estado límite: en pocas palabras, su cometido es lidiar con material del inconsciente y traerlo a la superficie del texto. De ahí que, aunque en muchas de las obras de terror del siglo XX ya no haya una presencia directa de lo medieval (o lo que una cierta época entendió por “medieval”, y que caracterizó buena parte de la estética del horror más clásica) ni de lo sobrenatural, siempre hay reformulaciones de ello, como lo son los espacios cerrados y claustrofóbicos que, sin ser castillos medievales, siguen siendo prisiones físicas y/o psicológicas del pasado.
Aurora Piñeiro Carballeda